
Debe ser extraordinario medrar a través de una actividad literaria genuina; por algo vivir de lo que escribes -de lo que creas en general- es uno de los logros más prestigiosos de nuestra era.
Sin embargo, la mayoría de escritoras o escritores no lo conseguimos. Incluso quienes, a ojos de otros aspirantes, han alcanzado ciertas cotas de éxito, tampoco suelen sentirse demasiado realizados, pues la “carrera” artística casi nunca se da como tal. No somos funcionarios ni militares; los logros de hoy no te garantizan posición alguna mañana. Puedes vivir el éxito una temporada y a los pocos años verte en la precariedad. La ambición entonces se vuelve peligrosa; te puede matar de hambre.
Así pues, la falta de reconocimiento amenaza con fagocitar cualquier ambición artística, y los más ambiciosos son quienes mayor riesgo corren de frustrarse. Una vez han pasado una larga temporada sin lograr el capital simbólico o económico ambicionados, ya solo les queda abandonar.
O construir ilusiones nuevas.
Un testimonio particular de cómo hacer esto último lo encontramos en Yoga, la novela de Emmanuel Carrère publicada por Anagrama en 2021, que nos da testimonio de cómo el autor se apoyó en el yoga y la meditación para sobreponerse a las miserias de su personalidad narcisista y depresiva, muy condicionada por su ambición de alcanzar la gloria literaria.
Yo también practico el yoga y la meditación desde hace años, y he amado este libro por cuanto inteligentísima reflexión de cómo superar las carencias psicológicas que dan alas al narcisismo y elitismo del sueño literario tradicional.
Cuando observamos los pensamientos que acuden a nosotros desde el distanciamiento, observamos hasta qué punto esas ambiciones, como ser validados por un mercado, una institución o una élite, no son nosotros, sino que solo flotan dentro de nosotros como elementos escindibles, que bien pueden relativizarse si uno se toma el trabajo de identificarlos.
“Lo interesante de la meditación” nos dice Carrère “es crear en uno mismo una especie de testigo que espía el remolino de pensamientos sin dejarse arrastrar por ellos”.
Ahora bien; si bien es miserable complacerse en los ensueños narcisistas y aspiracionales, Carrère nos advierte de que “más penoso es aún censurarlos. Porque la revolución es eso, una de las revoluciones de la meditación. En vez de mostrar animadversión a pensamientos de los que no estás demasiado orgulloso, en vez de intentar erradicarlos, te conformas con observarlos sin convertirlos en un drama, ya que existen, ahí están”.
Me parece esta una interesante conciliación entre nuestra aspiración natural al reconocimiento social y nuestro deseo de divertirnos y sentirnos felices con la escritura. Quizás no debamos erradicar toda toda insatisfacción, sino observar esas pulsiones narcisistas y ambiciones desde el distanciamiento de una posición más neutral, que nos permita comprender que solo son pensamientos, adherencias del yo, y que podemos trabajar también fuera de ellos.
De eso va la cultura de proximidad. De eso va Próxima. No negamos la legitimidad de las grandes ambiciones, ni para uno mismo ni para el bien de la literatura universal o el mercado editorial. Pero sí creemos muy valioso crear un espacio alternativo a ellas para el ejercicio (ocasional o permanente) de la literatura por placer.
No renunciamos al deseo de ser leídos. No dejamos de querer ser influyentes en los otros. Pero damos a ese deseo nuestras propias dimensiones. Jugamos en una liga sutil; nos desapegamos de ilusiones heredadas de un viejo y frustrante sistema de recompensas para contraer ilusiones nuevas, más benignas y realizables. No es fácil pero merece la pena.
¿Quieres más? Te recomendamos:
- Emmanuel Carrère. Yoga. Anagrama, 2021.
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