
Nos hemos inventado la etiqueta “cultura de proximidad” para nombrar con ella toda cultura que se dirige a un entorno de gente cercana, conocida, a la que se puede llegar por vías directas, sin necesidad de valerse de un mercado.
En la literatura de proximidad el intercambio entre escritor y lector acontece dentro de una comunidad pequeña, incluso íntima, en contraste con la literatura que se lanza al público global y aspira a llegar al mayor número posible de consumidores.
Casi todos participamos en la cultura de proximidad de muchas formas; si tenemos una amiga que toca la batería vamos a su concierto ¿no?
Los talleres de escritura creativa también funcionan dentro de esa lógica, aunque no lo titulen así.
Entonces ¿qué sentido tiene ponerle una etiqueta?
Pues porque nos sirve para promover unos valores y profundizar en ellos. Nos sirve para convertirlos en nuestra filosofía.
En este taller la cultura de proximidad no es nuestro medio: es nuestro fin.
Siempre que nos acercamos a una obra de arte porque existe un vínculo emocional recíproco entre el creador y nosotros, podemos hablar de cultura de proximidad.
La cultura de proximidad no solo alimenta nuestra sed de arte, sino también nuestras relaciones.
Interactuar a través de lo que creamos o crean nuestros semejantes, amigos o seres amados, nos une a ellos a través de ideas, de sensibilidades, de pensamientos, de un modo que no sería posible sin la mediación de lenguajes y prácticas artísticas.
Siempre que nos acercamos a una obra de arte porque existe un vínculo emocional recíproco entre el creador y nosotros, podemos hablar de cultura de proximidad.
Todas las escritoras y escritores practican la literatura de proximidad, tanto los que tienen una trayectoria reconocida como los que no. Cada vez que una editorial, autor o librería hacer llegar obra a sus círculos afectivos, a esos que les une el amor, la simpatía o la pura afinidad estética, están invocando esta filosofía.
Y por ahí siempre se empieza.
Sin embargo, las convenciones sociales determinan que todo autor o autora que se precie debe progresar hasta lograr un público anónimo, al que llegará a través del mercado y los medios de comunicación, para demostrar que es leído por el valor objetivo de sus escritos, y no por la relación que lo une con su padre, sus amigas, su taller o la gente de su pueblo.
En Próxima trabajamos para ignorar esa imposición social. Nos ponemos como objetivo escribir para un entorno cercano de lectores, que puede ser tan reducido como una sola persona o llegar hasta ciento cincuenta. Tomamos como medida de nuestro éxito el poder jugar nuestro rol en el grupo, la familia, la manada o la tribu; no en un país, un idioma, una red social o un mercado global entero. Nuestras aspiraciones recuperan así una medida antropológica más adecuada para que esto de escribir nos ponga contentos.
Sea como sea, al final una autora o autor de proximidad solo fidelizará a sus lectores si su textos los recompensan. Y eso se logra con cualidades similares a los libros que se distribuyen en las librerías, como la calidad, la belleza y el interés que suscita.
Por eso, en Próxima prestamos la misma dedicación que en cualquier taller de escritura a adquirir y pulir la técnica literaria. Aprendemos lo mismo que cualquier aspirante a tener miles de lectores.
Pero además participamos en una filosofía alternativa, que nos da objetivos y métodos cercanos, accesibles, para cultivar una literatura que cumple un papel especial en el microcosmos que el autor comparte con unos pocos, esos a los que les une un vínculo personal.
Y así, en lo que llega o no llega la gloria, logramos algo fundamental para aprender a escribir; ser felices escribiendo.
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